miércoles, 10 de diciembre de 2014

Impaciencia

Era la espera. La espera. La espera. La espera en la sala de espera. La espera para entrar al laboratorio. La espera para salir de su casa a las 7:30 am. La espera para que se calentara el agua. La espera para que sonara el despertador. La espera a que amaneciera. La espera a decidirse. La espera a que llegara la aceptación. La espera a que pasara el enfado. La espera a que pasara la negación. La espera en el teléfono y la voz diciendo:
-¿Hola? ¿sigues ahí?- la espera al otro lado de la línea- sí… lo sé, me pasó algo similar. Pensé que deberías saberlo.
La  espera del teléfono sonando en el piso de su cuarto. La espera del despertar para sentirse miserable de la vida yéndose entre trago y trago, tirado en el camino de la monotonía de la espera a la siguiente vez con el olvido entrando por sus venas. La espera a que él terminara, las venas saltadas, el punto rojo como único testigo de la aguja, la impaciencia del recambio cuando vio un poco aún en el émbolo, el arrebatarle la jeringa de las manos. La espera. La espera es lo que lo estaba matando. La no espera es lo que lo había matado.