Era bastante lindo estar ahí sentados. La noche nos cubría, la luz de la lámpara no nos dejaba ver las estrellas, la cantera fría nos entumecía las piernas y la plazuela estaba prácticamente vacía. Era bastante lindo estar ahí sentados.
-Hay que ser rebeldes, no hay que dejar que la obscuridad nos toque- dije.
Te reíste de mí. No importó, saqué mi sombrilla y nos cubrí con ella.
-No hay que dejar que la obscuridad nos toque, no hay que dejar que la luz nos toque.
Pusiste tus ojos de "ya que" y te acercaste a mí. Estabas tibia. Tu cuerpo apretado contra el mío debajo de la sombrilla me provocó un cosquilleo. La tomaste del mango y la empezaste a girar feed me to the lions, like spinning plates. Te concentrabas en ver los patrones que hacían las varillas, me concentraba en ver los patrones de tu cabello castaño. Todas mis esperanzas y expectativas se encontraban ahí, debajo de la sombrilla que insistías en girar. No recuerdo si dijiste algo, sólo que volteaste y te me quedaste viendo. Girabas la sombrilla y te me quedabas viendo. Soltabas la sombrilla y te veías más cerca, o quizá yo estaba más cerca. La sombrilla rodaba escaleras abajo y estabas tan cerca. Siguió rodando hasta quedar inmóvil al pie de las escaleras y estuvimos tan cerca como nunca habíamos estado. Tan cerca que sentía tu sabor, tu suavidad, tu calor. Tan cerca que los ojos no enfocaban. Tan cerca que los ojos no se dieron cuenta que uno de esos niños que venden chicles en sus cajitas recogió la sombrilla y se la llevó corriendo. Tan cerca que nos importó un carajo.