martes, 29 de abril de 2014

glitch

-Ça alors. S'annonce difficile- me dijo.
Era un poco complicado lograr decirle lo que pensaba, ella tan distante, tan del lado de allá. Yo tan atorado y del lado acá.
-Y bueno… ¿qué se supone que haré ahora?- le pregunté.
Se había ido, ella tan del lado de allá, yo tan del lado de acá.

Just close your eyes

es interesante ver hablar a las personas que admiras. Hasta cierto punto puedes intentar imaginar las cosas que dirán, basándose en algo tan efímero como su obra. Pero la persona que está detrás es tan humana como tú mismo, lame and destinated to die. Alguien dijo que si admiras a un poeta nunca lo escuches hablar. Alguien se equivocó.

lunes, 14 de abril de 2014

quatorze

Trascender mi amigo, trascender ¿Por qué tengo esta obsesión por trascender? ¿por qué tengo tanto miedo de ser olvidado?

sábado, 12 de abril de 2014

beng

¿Cuántas cosas que creo son parte de decisiones y afirmaciones autoimpuestas de manera consiente? ¿Hay cosas que realmente puedo no decidir?¿hay cosas que puedo realmente decidir?
Buscar las razones ocultas.

miércoles, 2 de abril de 2014

wo warst du?

Mi viaje comenzó de manera inintencionada, como un andar aburrido, poner un pie delante del otro, querer dejar detrás de mí las cosas que me ataban a mi ciudad, mi pequeña ciudad enferma de ambiciones, personas y recuerdos. El andar se convirtió en una necesidad de proseguir, pensé que realmente no se necesitaba gran cosa para estar vivo, aunque a los dos días mis pensamientos dejaron de ser abstractos y se redujeron a los instintuales: tenía frío, hambre y sed. Olvidé un poco lo que era mi lado humano, las vergüenzas y penas no eran más mis prioridades. Es así como encontré mi camino, el vivir, vivir para vivir un poco más.
En algún momento llegué a un pueblo de esos en que todo está detenido, en que el tiempo no es en minutos, días u horas. Esos pueblos en que el paso del tiempo se determina porque ya viene la fiesta grande, porque ya va a ser domingo de misa, porque ya hay que pizcar el café. Fue fácil asentarse, cambiaba mi trabajo por un petate, unos frijoles y tortillas, el agua la tomaba del río, extrañamente no enfermé, me sentía mas fuerte que nunca: mis encías estaban sanas, podía estar con apenas una camisa y un calzón de manta en el frío o el calor sin enfermarme, mi audición era mejor.
Ser insignificante tranquilizaba mi espíritu, había algo que me hacía respirar tranquilo cuando alzaba la vista en las noches y podía contar más estrellas de las que nunca había visto, ellas se volvieron mi compañía junto con los perros flacos que parecen traer genéticamente una mirada de amor desamparado.
No sé cuánto pasó.
El tiempo ya no era algo que transcurría, yo transcurría en el tiempo.
Una mañana a las 4 am, la hora en que siempre me despertaba, vi mi reflejo en el espejo sucio. ¿Quién era yo? ¿quién era esa persona de piel quemada y curtida por el sol? ¿quién había detrás de los ojos que ya no soñaban? ¿es que mis manos se habían cansado del arado, de la rugosidad, de llorar de frío al bañarme en el río?
Pensé que había huido lo suficiente de mí mismo, tome mi morral, me puse el sombrero y me despedí del puñado de personas que había conocido ahí. Ellos dijeron hasta luego sabiendo que nunca volvería, supongo que reconocieron la mirada de los que nunca vuelven, de los que buscan algo más allá del huaje y el río que eran los límites del pueblo. Ellos dijeron hasta luego de una manera que me hizo pensar que en su corazón ellos también querían ser despedidos, dejar de ser un hombre del barro y la lluvia.
Los cerros estaban ahí tal como los recordaba, los únicos que permanecieron inamovibles desde mi partida, el resto era diferente. Autos con formas nuevas, las carreteras ahora eran más planas. Conforme me acercaba a la ciudad aparecía publicidad política de personas que no sabía quienes eran, nombres de  nuevas tiendas grandes y cromadas, jóvenes sintiendo que eran alguien diferente pero luciendo todos de la misma manera. Compre, pruebe, tome, come, use, sea eran el denominador común. Las personas me veían y algunas tenían una mirada de suficiencia, el resto ni siquiera me prestaba atención, era invisible en un mundo en que todos querían ser admirados.
Conforme llegaba a mi casa pensé en la reacción de mis padres, mis hermanos, amigos, mis perros. Metí la llave de la puerta, la única cosa que conservaba y entré, crucé el patio -ya sin perros, me enteré al poco tiempo que habían muerto de vejez- y llegué al comedor. Ahí estaban mi padre y mi madre; él levantado de la mesa en que aún estaban la sopa y el refractario de verduras hervidas, asustado ante la intrusión de ese hombre con barba, bigote, ropa de manta y con olor a tierra, ese olor que se adquiere al vivir fuera de la citanidez y que no se quita ni refregándose en el río con todas tus fuerzas. Ella estaba sentada, pálida.
Dije hola con voz ronca, casi había olvidado como se escuchaba mi voz. Mi madre se paró y me abrazó, mi padre también ¿Dónde estabas? ¿por qué te fuiste? Mis hermanos llegaron a las dos horas ¿Dónde estabas? ¿por qué te fuiste? Mi tía al día siguiente ¿Dónde estabas? ¿por qué te fuiste? En el bautizo de un pequeño sobrino, nacido del primo que no sabía estaba casado y del que el último recuerdo que tenía  era pellizcándose los barros frente al espejo de mi casa, la gente me miraba de reojo y se preguntaba ¿Dónde estabas? ¿por qué te fuiste? A veces, acostado en el cuarto que antes era el de lavado -es que el tuyo lo rentamos hace años, no creímos que volverías y con tus hermanos casados y nosotros jubilados necesitábamos algo de donde sacar dinero- me preguntaba a mí mismo ¿Dónde estabas? ¿por qué te fuiste?
Un mes, incluso menos, la gente ya no me prestaba atención, había dejado de ser algo interesante de qué hablar. Debía trabajar, usar desodorante, hablar con las personas, sonreír, tomar cervezas con ellos, escuchar la música nueva por la calle que se te mete a los oídos aunque quieras evitarlo. La vida ya no era ver crecer a las plantas, criar animales para luego comerlos, ver el volar de las moscas para saber si iba a llover o no. Mi vida era esperar un camión destartalado lleno de gente destartalada por dentro, intentando arreglarse el alma con rubor, rímel y delineador puesto magistralmente entre bache y bache.
Alguna vez volviendo al cuarto que rentaba y en el que toda la noche se escuchaban los coches acelerar y a las putas reírse, volteé al cielo y solo vi una estrella, apenas visible entre el brillo de los focos y postes de luz. Ese era yo, un pequeño brillo en esa inmensidad olvidada y ciega.