domingo, 10 de febrero de 2013

más bah

Era el hambre lo que lo incitaba a devorar libro tras libro. Era el deseo lo que lo incitaba a incitar cosas que simplemente no debían incitarse. Incitar su deseo, incitar sus angustias, incitar, incitar, incitar.
Incitar al peligro cada vez que le inventaba una nueva historia para así incitar una desaparecida envidia. Incitar al pasado para intentar reordenar pedazos de lo que alguna vez fue. Incitar a los corazones para dejarse el luto y abrir las puertas, y barrer la calle y echar agua a las cenizas.
Es sorprenderse de que alguien te incite sin haberlo si quiera planeado o querido. Es incitarse a uno mismo a entender que no hay necesidad de incitarse todo el tiempo, que de cuando en cuando hay que dejar ser incitado.