-¿Quieres un mezcal?
En medio de esa librería anticuada de viejos, escuchando algo que podría pasar por algo muy underground o simplemente una licuadora con piedras, se dio cuenta de la simpleza de las relaciones humanas. Aceptó el mezcal con un dejo de curiosidad y también por cortesía (el alcohol y el tabaco son sólo pendejadas que hacen los pendejos que quieren encajar en la sociedad, ¿entiendes? Los que dicen que fuman porque se sienten más tranquilos y esas mierdas son unos pendejos. Pendejos ¿entiendes? Pendejos. Le había dicho ella la semana pasada) y porque al parecer era uno bueno, dejaba un cierto gusto a madera al tragarlo, pero seguía siendo mezcal y se sentía en el estómago.
Así de simple era, hacía 5 minutos eran completos extraños, ahora con el pretexto del mezcal y las galletas y el café que ya sonaba en la cafetera vieja del estante, pasaban a ser conocidos que hablaban de libros, de los escándalos con el IAGO, del nuevo disco de los de Coito Violento, de lo que pensaban del nuevo comercial de la Tv. Los tragos de mezcal seguían, ya no eran sorbitos pequeños para evitar el ardor en la garganta, poco a poco se volteaban más fácil los vasos "es que empieza a pasar como agua" decía uno, Tatanka creo lo llamaban. Las risas fáciles aparecían, las chamarras tomaban sus lugares en los respaldos, las sillas se acercaban más.
Alguien empezó con las fotos, no sé, quizá David. Eso facilitó los abrazos, los puñetazos amigables, reírse abiertamente de los otros por su apariencia en las fotos. La persiana de la librería se cerró, más botellas se abrieron.
En algún momento el entumecimiento dio paso a la torpeza, a la indecencia, al descaro. Las risas a los abrazos, los abrazos a las caricias, las caricias a los besos. Y entonces él pensó cómo es que la había conocido hacía sólo quince días, que sólo fue necesario salir un par de veces, tomar mezcal y reír un poco para tener su lengua dentro de su boca y pensarse dentro de ella. Cómo dentro de una semana apenas y la vería para después ser sólo alguien más en sus recuerdos de algún día lejano en esa librería de viejos, tomando mezcal y riendo de Tatanka.