Había temblado. Había temblado y los celulares no funcionaban. La cosa es que mi madre me mandó a la casa para alcanzar a mi hermana antes que se fuera a la escuela y avisarle que no iba a tener clases, que estaban suspendidas por el temblor. Desde que llegué me di cuenta que las cosas estaban jodidas, que iba a ser uno de esos días fatales en que no se hace nada hasta las 12 pm cuando descubres que hay algo muy interesante en internet. Sí, iba a ser uno de esos días. Al menos alcancé a mi hermana y le evité la pena de ir hasta el Rosario.
La cosa es que Ella me habló para decirme si la acompañaba a un bar, lo cual terminaría muy seguramente en mí dándole manotazos al gato para que dejara de ver con su carita de saber qué era exactamente lo que su dueña y ese extraño hacían en la cama que él y ella usaban para dormir.
Pedí permiso a mis papas aunque ya me olía que dirían que no, aún así hice la luchita.
-No es día para andar saliendo, es día de quedarse en su casa.
Y bueno, en cierta forma fue un alivio, tampoco tenía tantas ganas de ir. Volvió a hablarme para ver si sí iba por ella al bar o no. Y pues no.
Efectivamente las horas pasaron lenta y estúpidamente acosándola un poco a Ella y también a Ella otra. Ya a esa hora en que empieza a dar el hambre de la cena mi madre recordó que había que llenar los garrafones, mi padre empezó a decir algo de que la acompañara para cargarlos hasta el coche. Fue casi natural que se me saliera el:
-No es día para andar saliendo, es día de quedarse en casa.
Me di cuenta de lo que dije hasta que mi hermana se empezó a reír y escuché a mi padre decir:
-Ponte la ropa y súbete al coche.
Y que te jodan, valió la pena.
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